Estas palabras quedaron resonando en mi cabeza. Con el dolor que sufre el que sabe que todavía falta, con la tranquilidad de quién comprende que la ansiedad no es buena consejera.
La entrevista fue realizada a un actor hace unos meses como parte de un deber que resultó en una linda experiencia. A continuación dejó lo que resultó de esto:
Atento, muy atento. Las palabras que dedica Emilio a esta entrevista son acompañadas por una mirada fija, penetrante, casi sin pestañear. Habla de sus comienzos, de los actores argentinos, del futuro de los venideros. El actor y director de teatro explica la forma de enseñar una disciplina tan difícil de transmitir como esta. Y todo ello desde el aprendizaje que le dio su “primer y mayor maestro” que fue, como él asegura, la vida misma.
¿Cómo llegaste al teatro?
A través de una búsqueda intensiva. No del teatro, sino de hacer algo con mi vida. Ya tenía ya 24 años cuando empecé con el teatro, y hasta esa edad había probado de todo: guitarra, canto, dibujo publicitario, judo, kung-fu.
¿En ese momento tenías alguna otra carrera en mente?
No, ninguna. De hecho, mi primer día de clases fue ir a ver una obra de teatro que nunca había visto en mi vida. Jamás, no había ido al teatro nunca. Fui a ver “Fando y Lis” de un autor español, un arrabal, un absurdo. Preciosa… no entendí nada, pero me deslumbró. Me dije “no voy a hacer ninguna otra cosa” y dos meses después dejé el trabajo.
¿Cuáles fueron tus grandes maestros?
El primer y mayor maestro fue la vida. Después hubo gente que me guió maravillosamente bien. Uno de ellos fue Gustavo Bonnet. Después, si, tuve otros buenos docentes. Pero ese tipo me marcó. No porque me dijera cómo debía hacer para actuar, sino porque me transmitió la pasión que él tenía por el teatro.
¿Por qué el maestro fue la vida?
Porque con los años descubrí que yo siempre tuve el niño bien afuera, y para ser actor no tuviste que haber dejado de jugar. En mi infancia fue todo juego. Además, mi vieja era muy cuidadosa conmigo y no tenía muchos amigos porque no iba a la calle. Así que jugaba solo. Y todos mis personajes los creaba yo.
También digo que fue la vida porque yo me crié en un bodegón, un bar de borrachos y la mayoría de mis personajes son aquellos tipos a los cuales yo quise mucho, que era la gente que frecuentaba el boliche de mi padre.
Como profesor ¿qué intentás transmitirle a tus alumnos? ¿Qué buscás que se lleven?
La transmisión es un tema complejo. Lo que yo intento es que el alumno pueda sacar el artista que él tiene. A mí no me gusta esto que sucede en el arte que dicen “ah, este tiene la escuela de”. Cuando yo pienso esto de alguien hay algo que me dice “no sé hasta qué punto es artista”. El artista es absolutamente creativo, absolutamente personal. Entonces, el docente tiene que moldear esa piedra bruta, que es el alumno. Y cuando le sacás las asperezas a esa piedra bruta, la obra de arte ya estaba.
¿Qué hace un director en una escuela de teatro?
Básicamente, organiza planes de estudio, recuenta las clases de los docentes, se interioriza de lo que está sucediendo para ver si los planes se cumplen. Pero todo desde un lugar creativo. Un director debe saber y estar compenetrado con lo que el docente propone en la clase y, en todo caso, es un compañero que viene a guiar, sugerir y ayudar. Desde luego que tiene su parte administrativa, que es muy fea y no me gusta.
¿Cómo creés que se relaciona la vocación, el deseo y el deber?
Con respecto a (y esto es mi caso particular) cuando deseo algo trabajo para conseguirlo. Y hago eso, y ninguna otra cosa. Para mí, el deseo y la vocación van unidos, porque yo, en mi vida, no hice ninguna cosa que no quisiera hacer. Elegí. Por eso la búsqueda me duró tantos años, porque no encontraba qué. No quería trabajar de lo que no me gustara. Porque mi vida es cortita. Es muy corta y pasa muy rápido. No quería que se me fuera de las manos. Entonces, pienso, si me va a durar tan poco esto, no voy a vivir lo que no quiera. Así que elegí mi profesión y me jugué entero por ella. Ese fue mi deseo y lo cumplí. Yo soy mi propio genio de la lámpara. Y, ojo, cualquiera lo puede hacer.
Por otra parte, el deber es conmigo, está antes. Mi deber es hacer lo que yo quiero hacer. Entonces, viene el deber, esta mi vocación por acá y mi deseo. Mi deber es trabajar para conseguir lo que yo deseo.
Esta relación entre estos tres elementos, en esta época ¿cómo la ves con los jóvenes?
Lo más cercano que tengo es la gente que viene a estudiar aquí. Pasa algo bastante difícil que es que los chicos vienen con otra velocidad. Los medios los han apabullado y son mucho más superficiales. Para comprender un texto, les cuesta mucho más. Hay problemas de educación. No leen, los tenés que forzar para que lean. Claro, en alguna época era la TV, pero ahora el ordenador te parte la cabeza. Además, ahora son todos adolescentes: a los 35, a los 40 años… no crecen nunca. Parece que no existieran sus responsabilidades y es mucho más difícil que comprendan las cosas. Se hace complejo pasarles algo. Por ejemplo, en el curso de 2º año, con Lorca. El planteo de una de las obras “Tragicomedia de don Cristóbal y doña Rosita” trata de una chica de 16 años que tiene un novio que se llama Cocoliche y que a los dos les encantaría estar toda la vida juntos.
Hay un juego en el que Rosita está desde la calle y Cocoliche, desde la ventana. Cuando el docente les plantea a los alumnos: “ustedes están escondiéndose porque no los tiene que ver el papá”, “ustedes tienen una pasión terrible”, “a ustedes se les hace difícil porque Cocoliche no tiene dinero” ellos no entienden qué les pasa. Cuando ven a la otra persona del otro lado, a la novia o el novio es como si en la vida no hubieran tenido pasiones. Entonces, ¿cómo les transmitís esto si no hay una vivencia personal?
Hay demasiada virtualidad…
Absolutamente. De eso hablo. Por eso es superficial. Porque les falta la carnadura y la pasión que tenía la gente, más en España del año 30, en Andalucía, que son de una pasión y un fuego que… se quieren violar allí. Todo era mucho más animal. No estoy diciendo que eso fuera mejor, lo que estoy diciendo es que estos chicos no tienen esa vivencia. Ahora, en la calle no es así. Por lo menos no con la mayoría.
¿No tienen pasiones?
Tendrán por una tortuga, que sé yo. Que si la pusieran en juego, para el teatro sirve igual. Por lo menos ¿querés algo? ¿Qué es lo que más quisiste en tu vida? ¿Una tortuga? Bueno, poné en juego lo expresivo y demostramelo.
Si tuvieras que identificar a los enemigos que tiene que vencer un actor a lo largo de su carrera ¿cuáles serían?
El mayor enemigo es no conocerse a sí mismo.
¿Lo logra vencer en algún momento?
No, uno nunca se termina de conocer. Porque para eso hay que hacer un trabajo especial que no sé si tiene que ver con el teatro. Pero por lo menos tiene que hacer un entrenamiento.
Argentina es un semillero de buenos actores pero somos muy vagos. Nosotros no nos tomamos 8 horas diarias para hacer un entrenamiento con el cuerpo, con la voz. Como mucho nos juntamos tres horitas para hacer un ensayo y, después, una vez que estrenemos haremos la función. Y cuando no, tomaremos un cursito pero cuando fui a mi casa me olvidé. Y la historia es que uno es como un concertista o un pintor: tiene que estar todo el tiempo trabajando para mejorarse.
¿Quiere decir que hay mucho talento pero a veces poca abnegación?
Sí. Lo que pasa es que el talento dura un ratito. Los humores de uno cambian constantemente, y si tu humor varía y vos no tenés una técnica, es muy probable que en algún momento no te salga el personaje, por más que tengas talento. Tenés que tener algo de donde agarrarte como apoyo.
El teatro entonces requiere mucha disciplina ¿cómo la trabajás con los alumnos?
El docente intenta imprimir una disciplina de trabajo, pero no hay una fórmula mágica. La disciplina aparece cuando vos interesás al alumno sobre lo que está haciendo, pero aparece sola, no es impuesta. Igual, yo lo llamaría lo llamaría concentración. Cuando hay concentración (antes tuvo que haber habido equilibrio, armonía), hay un orden. Y si hay un orden, la disciplina va por descarte.